«No estoy de acuerdo con lo que me dices, pero lucharé hasta el final para que puedas decirlo». [Atribuido a Voltaire]
Muchas veces pensamos que nuestros ideales de defensa de los Derechos Humanos –sustentados en la Tolerancia– surgieron cuando muchos de nosotros ya vivíamos o poco después, tan cercano como la segunda mitad del siglo pasado. Pero si escasa muchas veces es nuestra apropiación de los valores de la Tolerancia –no menciono el discutir los ideales–, más escaso es nuestro reconocimiento de sus orígenes.
Hace cerca de 3 siglos, dos hombres escribieron sendas obras basadas en los principios que surgían con el fin de feudalismo: Carta sobre la tolerancia [1685] de John Locke y Tratado de la tolerancia [1763] de Voltaire (François-Marie Arouet). En su obra, Locke defendía la libertad de conciencia (religiosa y también política) como base de la tolerancia de los gobiernos respecto del pensamiento de sus ciudadanos, lo que conduce, inevitablemente, hacia la libertad personal dentro de un Estado cuya función sería defender (y mejorar) la vida, la libertad y el bienestar de la población.
Años después, Voltaire en su Tratado… y en otras de sus obras definió la intolerancia como enemiga de la razón y una respuesta salvaje frente al entorno, que desconoce y no acepta o no quiere comprender.
Surgidas ambas obras en la defensa irrestricta de la libertad de pensamiento cuando aún estaban cerca las crueldades fanáticas de la Reforma y la Contrarreforma, Voltaire avanzó más y, junto con otros pensadores de la Ilustración, sentenció que sólo en una sociedad libre (por tolerante) se logra el bienestar de los individuos porque puede generarse progreso social.
Continuando esta línea, en 1859 John Stuart Mill (otro pensador inglés) publicó su Sobre la libertad, en la que defendió la tolerancia del Estado frente al ciudadano como reafirmación de la libertad personal para forjarse su felicidad. Mill, en su libro, hizo una defensa frontal de la diversidad, concluyendo que su respeto es la mejor defensa frente al despotismo.
Es entonces que, como estos pensadores y muchos más desde entonces, debemos coincidir que la tolerancia es posible cuando ejercemos el intercambio de ideas opuestas, no quizá para aceptarlas totalmente sino para comprenderlas, y que en ese diálogo podamos acercarnos más a quien –hasta ese momento oponente– se convierte en nuestro igual y entre ambos, cediendo y aceptando, construyamos nuestro progreso social.
En la Declaración de Principios sobre la Tolerancia de la UNESCO, aprobada por los Estados Miembros en 1995, se deja manifiesto que «es la responsabilidad que sustenta los derechos humanos, el pluralismo […], la democracia y el Estado de derecho» y «también significa que uno no ha de imponer sus opiniones a los demás».
Para terminar, quiero decir como el Primer Ministro noruego Stoltenberg este sábado pasado a las familias de las víctimas: «Juntos, hemos ganado a la ira. Juntos, abrazamos la apertura, la tolerancia y el sentido de comunidad.»
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