martes, 12 de febrero de 2019

Venezuela y el ocaso bolivariano



He dedicado este año a escribir sobre la caída del madurismo que para algunos los añorantes del difunto Comandante Eterno— les pareciera una “deformación” del bolivarianismo chavista pero que, en la verdad, es sólo su continuidad —Lenin la hubiera llamado “etapa superior”— pero sin los recursos extraordinarios del súper ciclo de los commodities dilapidados, sobre todo robados.

Hoy no voy a escribir ni de la crisis humanitaria —la ingente ayuda ya en Cúcuta ha puesto al madurismo en una envenenada disyuntiva: o la dejan entrar y tácitamente admiten la crisis o prohiben su entrada y despiertan el furor de los necesitados— ni de la económica —la impagable deuda, la inflación o la caída del PIB— ni de los muertos —los asesinados por el régimen y por la violencia delincuencial. Hoy escribiré sobre otra crisis: la del ocaso —final— del bolivarianismo.

Entre 2002 y 2013 fue tomando forma definitiva la política del bolivarianismo, que en 2005 adquiere una etiqueta más conceptual —aunque pastiche— con el denominado socialismo del siglo 21; hasta ese momento, el pensamiento bolivariano que asumieron los MBR-200 liderados por Chávez Frías y abanderó su golpismo en 1992 sólo era una mezcla de citas de Bolívar, su maestro Simón Rodríguez e ideas de Ezequiel Zamora con el antiimperialismo del marxismo castrista.

En 2008, el chavismo tuvo un giro imprevisto y fundamental: en medio de la crisis que arrastró a las economías occidentales, se inicia el Big Push, la insaciable compra de materias primas por las economías emergentes —sobre todo China y, también, India— que dispararon los precios de muchos commodities y que, para Venezuela, el petróleo subió de USD 12,0/ barril en 1999 —año del ascenso del chavismo— hasta USD 105,2 en 2014 con pico de USD 133,9 en 2008, convirtiéndolo en la cornucopia “inacabable” para exportar el chavismo.
La ALBA-TCP se funda en 2004, Petrocaribe en 2005 —“casualmente” el año de elección del candidato del chavismo José Miguel Insulza Salinas como secretario general de la OEA— y las apuestas por segregar de la Región a EEUU y Canadá —UNASUR y CELAC— entre 2008 y 2011. En 2009 el socialismo 21 gobernaba efectivamente en Bolivia, Cuba, Honduras —una corta experiencia—, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y Venezuela y eran sus afines, o al menos cercanos porque sus gobiernos militaban en el Foro de São Paulo, Argentina, Brasil, Chile, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay; hoy sólo quedan Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, mientras Uruguay se debate en una cercanía indecisa —peligrosa para el frenteamplismo en las elecciones de octubre. 

La crisis de institucionalidad venezolana ha sido un parteaguas, develando los que apoyan la dictadura: Bolivia, Cuba y Nicaragua, con México —resucitando la Doctrina Estrada y olvidando los DDHH, olvidando que Echeverría Álvarez rompió relaciones con Chile cuando Pinochet y Salinas de Gortari con Nicaragua al final del somocismo— y Uruguay dubitativo, además de Rusia —ya China flexibilizó en pro de cobrar la deuda— y algunos caribeños dependientes in extremis de Petrocaribe.

Este viernes, el Grupo Internacional de Contacto sobre Venezuela llamó a celebrar elecciones presidenciales "libres, transparentes y creíbles" con "las garantías necesarias para un proceso electoral creíble en el menor tiempo posible" y "permitir la entrada urgente de asistencia de acuerdo a los principios internacionales". Esto chocó con las posiciones prorroguistas pro diálogo de México y Bolivia —Uruguay firmó.

Un paso más en el aislamiento de Maduro y en significar la inoperancia —¿cómplice?— de la Alta Comisionada de DDHH de las NNUU.


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