martes, 7 de agosto de 2018

«Todos los caminos llevan a...» ¡los Kirchner!



Y no «a Roma» porque la Ciudad Eterna no era un paraíso para esconder dinero.

La Era K: la falsa calma después de la tormenta de 2002 (De la Rúa en helicóptero —a su casa, no al exilio como otros helicoescapados) y, con demagogia populista, la nueva banda (la otra fue la de Perón y Evita) asaltaba la Argentina.

Muchos procesos y juicios sobre esa Era delincuencial se acumulaban desde que la Banda K perdió el poder, muchos de ellos sobre la anciana sobreviviente del matrimonio cleptócrata, cada día más solitaria. Pero lo que no pudo ni el asesinato de Nisman lo logró una pelea arrabalera por repartija de bienes conyugales: la esposa de un antiguo remisero denunció a su exmarido de mover “bolsas con dinero” y comprar propiedades; luego aparecieron ocho cuadernos (los mismos que utilizan todos los chicos de las escuelas fiscales, tradicionales como sus guardapolvos) donde el exmarido, exchofer y excómplice de la corrupción anotaba con minuciosidad de escolar primario o de avaro usurero (cual Aliona Ivánovna rioplatense) todo lo que trasladaba: empresarios y grandes bolsas con millones (pareciera que, como la “monja” López, fueron “la moda K”) llevadas a “La Corona” (Néstor y, luego, CFK) y sus secuaces. 

Una laboriosa tarea para futuros chantajes del exremisero que, sorpresivas pruebas incuestionables, destapó las mayores ramificaciones de la perversa asociación entre empresarios y funcionarios para esquilmar el Estado a través de las obras públicas.

Un Lava Jato argentino creciente y demoledor según se avanza en lo que Ricardo Kirschbaum (Clarín) llamó “la bitácora de la coima” que, como el brasileño, tendrá consecuencias imprevisibles para la política y la gran empresa argentina y avizora saltar a los vecinos. Pero ¿dónde estará ahora la guita?

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