domingo, 17 de mayo de 2015

La hora de los mameyes


El mamey —pariente del zapote, el caimito, el canistel y la lúcuma, todas bendiciones de la naturaleza es una de las frutas más deseadas en Cuba y en todos los lugares donde se cultiva. Pulpa bermellón con semilla grande, negra y dura, la cubre una cáscara café  también muy dura, que cuando la fruta madura demasiado y se echa a perder no siempre permite saber que se ha corrompido dentro de ella hasta el momento que, con una simple presión, implosiona y deja ver cuán afectada estaba.

Lujuria de sabor y color y secreto de su descomposición pueden comparar al mamey con la economía cubana hoy. País que decidió transformaciones radicales —políticas, sociales, económicas— en Latinoamérica y que para mantenerlas fue mutando de alianzas estrechas —URSS y Venezuela las reales, Rusia y China no logradas que le permitieron capear una economía en desastre permanente y avanzar en logros sociales —incluyendo la exportación ideológica que con Venezuela, su último sostén, engendró el socialismo bolivariano del siglo 21— pero que, perdiendo aceleradamente el sostén de los petrodólares venezolanos por la crisis de ese país, antes de la implosión le llevó a otro cambio tan radical como el que lo lanzó al socialismo soviético: arreglar los asuntos con su peor enemigo, EEUU.

No hay dudas que es una alianza beneficiosa y, a la vez, peligrosa para ambos. Para EEUU le ayuda bajar la tensión con la región al eliminar el principal argumento de confrontación, a la vez que le permite encontrar un nuevo mercado pero también es el fracaso de casi seis décadas de política. Para Cuba, es un salvavidas pero también marcará el inexorable inicio de una transformación socioeconómica.

Para salvar el sistema, Cuba se abre al principal mercado del mundo —su mayor confrontador— con reformas que achican la burocracia estatal y por ahora sólo aceptan la empresa privada básica pero que irá, inexorablemente, ampliándose y que llevarán a mediano plazo al cambio en las relaciones de poder y, por ende, del sistema.

¿Cuándo? Antes que vuelva a cantar el gallo de Morón.

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