jueves, 18 de mayo de 2017

L’année de Brigitte


«Les Français ont choisi l'espoir et l'esprit de conquête [contre] l'esprit de division [et] la rupture avec la marche du monde.» [«Los franceses han elegido la esperanza y el espíritu de conquista [contra] el espíritu de división [y] la ruptura con el avance del mundo.» Emmanuel Macron en su discurso de posesión.]

Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron, vigésimo quinto presidente de la République française —y copríncipe de Andorra, una curiosa figura desde el siglo XI, antes de que existiera la France— y décimo de la V República que forjara Charles de Gaulle en 1958, no sólo asciende al poder como el abanderado de la esperanza de los franceses sino, además, de todos los que quieren evitar los neopopulismos nacionalistas y aislacionistas —de derecha principalmente, pero también de izquierda como los de Sýriza en Grecia y Podemos en España— que amenazan con destruir la globalización y la unidad europea como el de los primeros ministros Beata Szydło de Prawo i Sprawiedliwość (Ley y Justicia) y Viktor Orbán de FIDESZ - Magyar Polgári Szövetség (Unión Cívica Húngara) en el país magyar, siguiendo la ola de los triunfos del Brexit en el Reino Unido y Donald Trump en los EEUU.

Los retos para Macron son muchos: una economía deficitaria desde 2004 y un bajo crecimiento del PIB —estimado en 1,5% para 2017 y 1,8% en 2018, aunque recuperándose luego de las caídas de 2009 (-2,9%) y 2012-2014 (0,2%, 0,6% y 0,6% aunque ya en 2015 creció 1,3%)—, 56% del PIB en gasto público y la deuda se acerca a su 100% con déficit crónico —sin equilibrar desde el final de Valéry Giscard d'Estaing y el comienzo de François Mitterrand, en 1980, aunque la inflación es baja (alrededor de 1,2% interanual a abril, la mayor desde 2012)—, el paro es de alrededor del 10% —el doble que Alemania (5,8%) y el Reino Unido (4,6%)— y el terrorismo islamista ha pegado fuerte en Francia —2015: en enero asesinatos en el semanario Charlie Hebdo y una tienda kosher parisina, en agosto hubo un frustrado intento de ataque en el tren rápido Amsterdam-Paris y en noviembre la masacre de El Bataclan y restaurantes cercanos, en Paris; 2016: en junio fueron asesinados un matrimonio de policías y en julio un camión arrolló a una multitud, ambos en Niza y ese mismo mes fue degollado mientras oficiaba misa el anciano sacerdote Jacques Hamel en Normandía; 2017: en marzo hubo un ataque incruento en el aeropuerto de Orly y a fines de abril es asesinado un policía y heridos otros, ambos en Paris— además de la fuerte inmigración árabe y de los musulmanes autóctonos —ciudadanos por  varias generaciones, los llamados “franceses de segunda generación”— que han creado verdaderos guetos salafistas en los barrios de mayoría musulmana —donde viven la mayoría de los más de 5 millones de musulmanes que habitan Francia (30 en toda la Unión Europea), 8% de todos los franceses, muchos de ellos bajo el nivel de la pobreza y donde es mucho más alto el desempleo— aprovechando la laxitud de un estado “políticamente correcto”, “multiculturalista” e “inclusivo”. Y por si esto no fuera suficiente, Marine —Marion Anne Perrine— Le Pen y su Front national (Frente Nacional) posicionando en los franceses la salida de la Unión Europea, el regreso al franco, el proteccionismo y el populismo —todas compartidas en el otro extremo del arco ideológico, el ultraizquierdo, por Jean-Luc Mélenchon y La France Insoumise (Francia Insumisa), de quien sólo le separa la oposición a los migrantes; además, súmesele las consecuencias del Brexit y las amenazas —atemperadas ahora, es cierto— de Trump de hacer que Europa pague su defensa y la “protección” —que hasta ha poco se entendía “de interés mutuo” y “prioridad para la seguridad de los EEUU”— estadounidense.

Las elecciones fueron el momento en que cuatro visiones del mundo —distintas pero con muchas similitudes, a veces paradójicas— confluyeron: una izquierda crítica (Mélenchon y Hamon), un centro liberal (Macron), una derecha liberal conservadora (Fillon) y una extrema derecha (Le Pen). Hasta acá las diferencias a primera vista; en lo paradójico, Le Pen y Mélenchon tenían coincidencias en el manejo de la economía —para ambos eran profundamente estatistas, defensores del intervencionismo del estado en la economía, antiglobalizadores y profundamente críticos de la Unión Europea— pero opuesto culturalmente —Le Pen conservadora, con lo que coincidía con Fillon en sus posiciones nacionalistas y conservadoras mientras Mélenchon y Macron eran culturalmente liberal, tolerantes con los musulmanes y defensores de los derechos para los homosexuales —; a su vez, Fillon y Macron eran liberales en su visión de la economía. Al final, triunfó la posición liberal de Macron en la economía y la cultura.

Requiem pour la Vème République

Si ése es el panorama actual, las oportunidades que tuvo Macron —un social liberal, mix de socialdemócrata de centro y liberal de centroderecha con conciencia social— para su triunfo son varias: la primera, que el gobierno saliente del socialista François Hollande fue muy impopular —según Cevipof, tras el anuncio de que no se reelegiría un “alivio” de percepción le subió inmediatamente 13 puntos porcentuales desde su casi 16% de popularidad previo, el menor de un presidente francés desde René Coty, antes que De Gualle lo sustituyera— y su quinquenio 2012-2017 fue uno de los más inestables económicamente —bordeó técnicamente la recesión con crecimiento casi 0% del PIB—, ejemplificado por su bajo liderazgo y práctica subordinación a las políticas económicas estabilizadoras —y prácticamente recesionistas— fijadas por la “locomotora alemana” encabezada por la Bundeskanzlerin Angela Dorothea Merkel y su ministro de finanzas Wolfgang Schäuble.

La segunda fue que el descrédito de la gestión Hollande sumó al Parti socialiste en una de sus peores crisis, acentuada —casi en estado terminal— tras la izquierdización para las elecciones recientes con la elección en primarias de Benoît Hamon, exministro de Hollande, como candidato socialista en detrimento de Manuel Valls Galfetti, reciente primer ministro y más popular que el presidente Hollande —26% en octubre pasado—, considerado un “liberal” por los sectores a la izquierda del Partido; los otros candidatos en las primarias fueron los exministros Arnaud Montebourg —tercero—, Vincent Peillon y Sylvia Pinel —aliada social liberal—, el diputado verde François de Rugy y el eurodiputado Jean-Luc Bennahmias. Hamon obtuvo en las elecciones 2.291.565 de votos —6,36% del total—, poco más de los 1.170.000 que obtuvo en la segunda vuelta de las primarias socialistas, constituyendo esos poco más de un millón de votantes adicionales todo lo que la campaña presidencial socialista de Hamon pudo captar tras las primarias.

La tercera fue el error catastrófico que para Les Républicains y los socialistas fue la decisión de convocar a primarias abiertas, donde cualquier ciudadano —tras el pago simbólico de 1 €— podía votar sin necesidad de pertenecer al partido tras el fútil argumento de que “conocían la plataforma”, error que les costó a ambos partidos sus posibles candidatos mejor situados en preferencias. Para los republicanos —con mayor votación: alrededor de 4 millones, muchos de ellos socialistas y de otras corrientes de izquierda y extrema derecha que buscaban frenar a Nicolas Sarkozy— significó la derrota del favorito expresidente Sarkozy —Nicolas Sarközy de Nagy-Bocsa— y de su ex ministro —y exprimer ministro de Jacques Chirac— Alain Juppé frente François Fillon, exprimer ministro de Sarkozy; los otros cuatro candidatos —Nathalie Kosciusko-Morizet, el ultraconservador Jean-Frédéric Poisson y los exministros Jean-François Copé y Bruno Le Maire— fueron intrascendentes en resultados. Fillon se presentó como el candidato de la derecha constructiva, distanciándose a la vez del período Sarkozy y de la ultraderecha de Le Pen; un aluvión de escándalos de corrupción terminó por hundirlo al tercer lugar en las elecciones, levemente por arriba del candidato de la extrema izquierda y senador exsocialista, Jean-Luc Mélenchon, líder del Parti de Gauche y de la coalición La France Insoumise que lo patrocinó tomando ejemplo y programas de la campaña de Bernard "Bernie" Sanders en los EEUU y del partido español Podemos.

La cuarta fue el temor que despertó en parte importante del electorado francés y europeo en general el avance de sectores de derecha extrema, nacionalistas, antiglobalización, antieuropeístas, populistas y antinmigrantes sostenidos en sus discursos por la situación económica deficiente tras la crisis de 2008, el fracaso de la política comunitaria respecto a la inmigración, el auge del terrorismo islamista y la baja operatividad —y alto burocratismo ineficiente— de las instituciones de la Unión Europea, sectores envalentonados tras el Brexit —con consecuencias muy directas la desvinculación para Francia— y la victoria de Trump.

La quinta y última: la desesperanza de la ciudadanía francesa —compartida por casi todos los europeos y muchos estadounidenses— en sus políticos y sus partidos. Sólo así se explica cómo un partido nuevo —La République En Marche! (¡La República en Marcha!), continuación de En Marche! Association pour le renouvellement de la vie politique (¡En Marcha! Asociación para la Renovación de la Vida Política)—, creado hace un año recién para catapultar a Macron a las presidenciales, pudo llevar a su creador a la presidencia de la República Francesa.

La Politique en rose

El ascenso electoral de Macron y sus posteriores victorias en primera y segunda vuelta fueron feraces para las publicaciones del corazón: la llamada prensa rosa. No por gusto Francia fue su cuna con la parisina L'Illustration a fines del siglo 19 —también fue la primera publicación que incluyó fotografías: en blanco y negro en 1891 y a color en 1907.
Un joven Macron —39 años ahora, el más joven gobernante de Francia desde Napoleón Bonaparte—, el más joven ministro de Francia —36—, nunca elegido, casi sin partido —militó en el Socialista entre 2006-2009—, graduado graduó en ciencias políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París y en la Escuela Nacional de Administración —el “horno” donde se cuecen las élites políticas y gubernamentales del país—, banquero exitoso de inversión en Rothschild & Cie… Pero todo esto era “menos interesante” que su histoire d'amour éternel (historia de amor eterno): alumno brillante de liceo que se enamora, a los 16 años, de Brigitte Trogneux —en esa época Auzière, por su entonces esposo—, su profesora de francés y guía de grupo de teatro, 24 años mayor, casada y con tres hijos —contemporáneos y asaces compañeros de estudio de Emmanuel. Una historia de amor que, repudiada por los padres del chico y distanciados —Emmanuel es enviado a estudiar a Paris, poniendo tierra por medio—, se mantiene y alcanza el éxito en 2007 cuando, divorciada Brigitte y con el apoyo de sus hijos, se casan.

Así se inicia la que —luego de las historias escabrosas de amores de Mitterand (simultáneamente y bajo el mismo techo del Elíseo con Anne Pingeot y su esposa Danielle) y Hollande (y sus tres “primeras damas” superpuestas: Ségolène Royal, Valérie Trierweiler y Julie Gayet)— será un remanso rosa para muchos: un joven presidente con seis nietos y una esposa que saber guiarlo a la victoria, porque Mme. Macron estuvo presente en las grandes decisiones de su esposo durante su ministerio, en su campaña y ya ambos anunciaron que no será decorativa en la Presidencia. Nadie duda que Brigitte no será otro vase brisé —como la imagen que describió Sully Prudhomme— a la sombra del Poder.

¿Será el poder al lado del trono —como Hillary Clinton o, mejor aún, Jackie Kennedy— o estará tras el trono —como Nancy Reagan? Lo que me extrañaría mucho es que quedara sólo como una figura decorativa como Melania Trump —Melanija Knavs—, con quien se la ha comparado por sus trajes celestes —color preferido de la Kennedy y que es el color del poder en segundo plano— en las tomas de posesión de sus maridos —el de Mrs. Trump de un reconocido diseñador estadounidense, el de la primera dama francesa de una marca insignia del país —en avance de austeridad, el vestido fue prestado por la marca.

Curiosamente, a Melania la separan de Trump los mismos años que a Brigitte de Emmanuel: 24, pero los sentidos son contrarios. Yo voto por la madurez de Mme. Macron.

Después de los fastos: Ce sera la VIème République?

La derrota de los dos partidos que marcaron los últimos sesenta años de la política francesa dentro de la V República que forjó De Gualle —el de derecha, cambiando de nombre (Union des Démocrates pour la République, Union pour la Démocratie Française, Rassemblement pour la République, Union pour un mouvement populaire, Les Républicains…) y que dio a De Gualle, Alain Poher, Georges Pompidou, Giscard d'Estaing, Chirac y Sarkozy como presidentes, y de izquierda, el omnipresente socialista (socialdemócrata), que ubicó a Mitterrand («le Sphinx» [«La Esfinge»], tres veces presidente, 14 años, casi quitándole a Louis-Philippe «Égalité» la condición de último rey de Francia) y Hollande en la presidencia— marcó un cambio significativo que no fue ocupado por los extremos: la ultraderecha del Frente Nacional de Le Pen o la ultraizquierda de Francia Insumisa de Mélenchon.

Ese cambio significó para Macron tener ante él dos caminos: relanzar la República y forjar la VIème République o enterrarse con la Quinta y, de yapa, a la Unión Europea. Ésos son los caminos.

Por lo pronto, su centrismo y la novedad de su partido "ni de derecha ni de izquierda" le ha permitido mirar a todos lados: Su primer ministro es un diputado conservador moderado —Edouard Philippe, del partido de Fillon—; sus ministros —11 mujeres y 11 hombres— provienen de varios partidos: el propio La République En Marche!, Les Républicains, socialistas, radicales y centristas, además de ecologistas e independientes, confirmando un sentido de unidad y alianza, de la que está muy necesitado para conformar en las elecciones de junio una mayoría parlamentaria que le permita gobernar y no cohabitar.
El reto está, las cartas también. Falta echar a andar. 

Información consultada


martes, 9 de mayo de 2017

Le Pen, Trump, Brexit, Chávez


Este domingo pasado, los ciudadanos eligieron a Emmanuel Macron como nuevo presidente de la République française, el vigésimo quinto de los períodos republicanos y el décimo de la V República que inauguró Charles de Gaulle en 1959. Una elección más determinante para el futuro europeo que para la misma Francia porque para el país se jugaba el futuro de una nueva VI República —la V había muerto— pero para Europa se decidía —más que en Holanda en marzo pasado— su propia existencia como Unión. La victoria de Macron no fue tan arrolladora como la de Jacques Chirac en 2002 cuando todo el arco político francés se unió para derrotar al ultraderechista Jean-Marie Le Pen y su Frente Nacional pero la del domingo frente a Marion Anne —Marine— Le Pen, su hija con el mismo partido, tiene la misma importancia porque en ésta la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon —defensor del madurismo venezolano— y su Francia Insumisa sólo promovieron la abstención. Y aunque la confirmación de la victoria de Macron será en la “tercera vuelta” —las legislativas de junio próximo—, hay una fuerte probabilidad de que el Frente Nacional no supere significativamente sus dos diputados actuales —en el ballotage, el FN sólo ganó en dos de los 101 departamentos— y dos certezas: los partidos que gobernaron la V República —la derecha gaullista, mudando denominaciones en el tiempo, y el socialista— han terminado su ciclo y necesitan reinventarse en un escenario dominado por los extremos y un poder aún indefinido, el del socioliberalismo de ¡En Marcha!, el partido que hace un año creó Macron para promover su candidatura.

El fenómeno Macron, en realidad un outsider recién llegado a la política, no es excepcional: aunque con posiciones diferentes a Donald Trump —más afín con Le Pen—, Macron y Trump son políticos outsider que llegan en un momento de urgencia política: en Francia, la derrota de los dos partidos hegemónicos marca el fin de una época mientras en EEUU la crisis republicana —empujada por los sectores ultraconservadores— y la demócrata —por los radicales de Saunders— marcan la urgencia de profunda renovación.  

El fenómeno ultranacionalista —antiglobalizador, nacionalista, aislacionista, antimigrante— de Le Pen y Trump es el mismo que le dio el éxito al Brexit: los tres fueron victoriosos —Le Pen en primera vuelta— con sectores rurales y populares —Le Pen absorbió mucho del voto obrero, incluido antes procomunista, y de los pequeños propietarios; Trump y el Brexit tuvieron adhesiones similares—, los tres exacerbaron el nacionalismo y achacaron sus males al exterior —Trump a la globalización, Le Pen y el Brexit a la Unión Europea—, los tres apelaron a las frustraciones de sus votantes —Trump y Le Pen al desempleo y el trabajo de mala calidad; Nigel Farage, líder del UKIP promotor del Brexit, a la seguridad social; los tres a la migración.

Como Hugo Chávez Frías en 1998 —otro outsider como Tsiripas en Grecia—, Le Pen —infructuosamente—, Trump y el Brexit navegaron sobre la ola del descontento social y el final de un período: Chávez Frías enterró la IV República que democristianos y socialdemócratas corrompieron —Maduro Moros lo hará con la V que el chavismo malgastó—, Le Pen coadyuvó al entierro de la V República francesa, el Brexit —y los nacionalismos del Viejo Continente— obligarán a rehacer la unidad de Europa y tras Trump republicanos y demócratas tendrán que recrearse.





 




Información consultada


martes, 2 de mayo de 2017

Entrevista sobre el estado actual del socialismo del siglo 21

http://www.eldeber.com.bo/septimodia/Socialismo-del-Siglo-21-en-su-mala-hora-20170427-0122.html

martes, 25 de abril de 2017

Elegía por Venezuela


Hablar hoy de Venezuela es hablar de las grandes manifestaciones contra la cúpula madurista —la que manejan Diosdado Cabello Rondón, Tareck El-Aissami y Cilia Flores—, la Venezuela de los más de 20 muertos la semana pasada —algunos en saqueos—, la del racionamiento, la falta de medicinas esenciales, la hiperinflación —pronosticada por el FMI a 1.700% en dos años—, el hambre y la inanición en uno de los países más ricos en recursos del mundo —que recibió casi un billón de dólares en los años de gobierno del difunto presidente Hugo Chávez Frías—, la de los 28.479 asesinados en 2016 en un país de 30 millones de habitantes —91,8 homicidios violentos por cada 100 mil, segundo en el mundo—, la que ha reclamado vanamente elecciones y revocatorios —negados por el gobierno ante su segura derrota aunque prime la pifia—, la de los poderes cooptados —como el Tribunal Supremo marioneta que, a pedido del gobierno, decretó la práctica abolición del poder legislativo elegido por el pueblo y luego, ante la reacción nacional y de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, excepto los aliados políticos y algunos económicos del madurismo, y por pedido también del gobierno, reculó en 2 días abruptamente bajo la presencia de El-Aissami — y la de los “colectivos” maduristas que en motocicletas atacan y matan a los manifestantes.

Es también la de la propaganda gubernamental sobre el “enemigo” —el externo siempre EEUU, ahora adicionados los países mayoritarios de la región que critican la situación y el interno todo aquel que no sea ferviente oficialista— para encubrir sus graves errores, la de las milicias gubernamentales fuertemente armadas, la de las Fuerzas Armadas que se debaten entre la corrupción cómplice de gran parte de su cúpula, la debida obediencia y el sentimiento opositor —en diciembre de 2015, en las mesas de los fuertes ganó la oposición.

Y en medio de todo este conflicto, un nuevo llamado del gobierno a “diálogo”, en realidad un pedido desesperado para ganar tiempo, como también terminaron siendo los anteriores —en abril 2014 y octubre 2016— que concluyeron sin resultados significativos para los reclamos de la oposición y sí le permitieron respiros al gobierno. Sobre todo lo fue el último: promovido por el Vaticano y la UNASUR —muy cercana al madurismo— y mediado por expresidentes socialdemócratas —José Luis Rodríguez Zapatero de España, Leonel Fernández Reyna de República Dominicana y Martín Torrijos Espino de Panamá, los tres vinculados estrechamente con la Revolución Bolivariana—, mostró que al gobierno no le interesa una discusión constructiva sino, en palabras ahora de Maduro Moros, «con los voceros de la oposición, a decirle otra vez sus cuatro verdades y a pedirle en nombre de millones y millones de hombres y mujeres de Venezuela que rectifiquen y que cesen su violencia y su golpismo», un “golpismo” con “golpistas” sin armas ni tropas —como tuvieron Chavez Frías en 1992 y los que lo intentaron derrocar en 2002— y que concita la urgente necesidad de unidad de todos los sectores no oficialistas —incluidos chavistas descontentos— sobre sus sectarismos.

Maduro Moros y su cúpula deben reflexionar sobre la frase que le dijera a Napoleón Bonaparte su ministro Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord: «Sire, l'on peut tout faire avec les bayonettes, sauf se metre assis dessus (Majestad, todo es posible con las bayonetas, menos sentarse en ellas).»

Información consultada


martes, 11 de abril de 2017

Lecciones para oposiciones


Dediqué dos de mis anteriores columnas (“Lección del medio del mundo” y “Más lección del mediomundo”), la primera para analizar los resultados de la primera vuelta de las elecciones del 19 de febrero en Ecuador y la segunda al panorama para la segunda. Hoy me abocaré a analizar los aprendizajes para efectivizar triunfos electorales de las oposiciones a los gobiernos populistas —y excluyo Venezuela porque, tras el descalabro oficialista de fines de 2015, hoy las condiciones mínimas para un proceso electoral han desaparecido.

Consideremos dos lecciones estratégicas y una táctica. Una primera estratégica es la imprescindibilidad de que los sectores opositores con alguna afinidad —al menos la mayoría de ellos con visiones no excluyentes— se unan y lo hagan más allá de la coyuntural electoral. Las lecciones de Argentina y de Venezuela en 2015 lo confirman: en Argentina, CAMBIEMOS agrupó un importante espectro antikirchnerista —PRO, Radicales, etc.— que, si bien luego se le unieron los massistas —por Sergio Massa; no confundir con “masistas”— del Frente Renovador, fue el que le dio el triunfo y la base para su gobernabilidad; para las legislativas venezolanas, la Mesa de la Unidad Democrática había trabajado los años anteriores —con aciertos y también desaciertos— para crear una oposición unida y eso se manifestó en la segunda derrota del bolivarianismo —la primera fue el referéndum constitucional del 2007—, esfuerzo que ha perdido parte de su cohesión e impulso conjunto, a pesar que los desaciertos oficialistas y la crisis le favorecen.

La segunda lección estratégica es que amplios sectores de la población —mayores según se acendra la crisis, provenientes de aquellos que las administraciones populistas durante el período de ingresos extraordinarios lograron sacarlos de la pobreza y llevarlos a clases medias— pueden ser críticos y opositores al oficialismo del siglo 21 pero tampoco estarán conformes con una propuesta liberal dura. Un programa de gobierno que logre unir la reconstrucción económica allí donde se avizora crisis —sin paternalismo pero sin recetas de dura ortodoxia— combinado con una política social posible —sin paternalismo— y con soluciones entendibles por la mayoría es una receta de triunfo posible.

La tercera lección —táctica— es la necesidad insalvable de que representantes de la oposición fiscalicen todas las mesas en todos los recintos. No hacerlo abre el camino a susceptibilidades, en el mejor de los casos, a errores no detectados en otros y a posibilidades de alteración de resultados, no necesariamente instruidas pero hijas de malos entusiasmos partidarios.

Sin cuestionar las elecciones ecuatorianas ni avalar, al menos hasta ahora, las denuncias opositoras, es cierto que la oposición no cumplió las tres condiciones: compitieron siete grupos opositores y de ellos 4 se aliaron para segunda vuelta —el PSC de Viteri, con muchas afinidades, el FE de Bucaram y el ANC de Moncayo— lo que le permitió aumentar 20,8% para la segunda vuelta —Morenos aumento 11,8%. El programa de Lasso era ortodoxo liberal, lo que espantó algunas posibles afinidades —sobre todo dentro de la izquierda decepcionada del correísmo. El tercer yerro: no alcanzó a fiscalizar todas las mesas.

A Moreno le va a ser muy cuesta arriba gobernar —por un país muy divido— si no decide apartarse del legado y tutela anterior. Las lecciones valen para todos los casos posibles.


Información consultada


domingo, 2 de abril de 2017

El "fujimorazo" madurista marca un punto sin retorno


La amenaza de Maduro tras la reunión el martes del Consejo Permanente de la OEA sobre Venezuela de que ejecutaría una agenda ofensiva en “defensa de los pueblos” la cumplió uno de sus órganos cooptados más “eficiente” en cumplir órdenes: el TSJ acabó con uno de los últimos vestigios de democracia electiva —el otro es el de los gobiernos municipales y estaduales, para los que el gobierno se escabulle de fijar elecciones— cuando despojó de competencias a la Asamblea Nacional —de amplia mayoría opositora— “por estar en desacato”, llevando la situación a un no-retorno. Con ello, la cúpula aferrada al poder y vinculada con el narcotráfico y el terrorismo que representan El Aissami y Cabello —de la que Maduro es marioneta— supone que logrará detener su acelerada caída, a pesar de que la legitimidad de la MUD en la Asamblea es mayor que la de misma presidencia: 56.22% votos vs. 50.61%.

Lunes y martes en la OEA fueron como esos momentos cuando al náufrago en un islote pequeño y cenagoso le va subiendo la marea que llegará a cubrirlo. Así debió sentirse el madurismo cuando la mayoría de países latinoamericanos —20— expresaron su apoyo, en diferentes grados, al informe del Secretario General y aunque la reunión del martes terminó sin agenda futura por ahora y con los exabruptos del representante madurista —como su canciller la víspera— marcó el cambio fundamental en la correlación de fuerzas regional, mostrado el desgaste de los petrodólares venezolanos.

De los 11 votos que se opusieron al informe —Trinidad y Tobago y Antigua y Barbuda abstenidos y Granada ausente—, Bolivia, Ecuador y Nicaragua son sus aliados ideológicos y El Salvador —dependiente de los menguados petrodólares— lo es tácitamente; San Vicente y Las Granadinas, San Cristóbal y Nieves y Dominica son miembros de la ALBA-TCP y Surinam y Haití invitados; siete de éstos —menos Ecuador y Bolivia— más República Dominicana dependen del petróleo subsidiado de Petrocaribe. Razones como las de la elección de Insulza en 2005, cuando “curiosamente” se creó Petrocaribe.

Todos, en una forma u otra, apoyaron el diálogo aunque el último, promovido por el Vaticano y UNASUR fue sólo otro más para que ganara tiempo el gobierno.

Información consultada